Esta
historia sucedió allá por el año de 1,915, antes de los terremotos del
17. Casi principiaba el siglo y la vida cotidiana se desarrollaba
corrientemente en la ciudad de Guatemala. Muy cerca de la iglesia de la
Parroquia se improvisaba un pequeño mercado donde la atracción lo
constituían las ventas de atol en sus diferentes sabores. Don Herculiano
y doña Mina, eran los propietarios de uno de estos negocios que, a base
de calidad, luchaban diariamente por vender su producto.
— ¡Pasen… pasen, que tenemos atolillo, atol de tres cocimientos, arroz en leche y, para los que
empinaron el codo anoche más de la cuenta, hay atol blanco con su
respectivo chile, frijolitos y pepitoria molida! Doña Mina, que con un
blanco limpiador le sacaba brillo a los vasos y secaba las escudillas de
barro, frenó en sus gritos a don Herculano. — ¡Callate vos Herculano, ya la gente sabe y sin necesidad de estarte desgalillando nos compran! —a lo que airoso respondió don Herculano: —Vos
siempre metiéndote de shute en lo que uno hace, no ves que la
competencia está juerte y si nos descuidamos la nía Vicenta nos quita la
clientela, mejor atendé a la gente y dejá de estar regañando.
Los
vecinos se reunían en los distintos puestos degustando las bebidas
calientes. A lo lejos, doña Mina divisó la figura inconfundible de don
Chepe, que se abría paso entre los compradores tratando de llegar al
puesto.
— ¿De qué le damos su atol, chulito? —preguntó la mujer a don Chepe. —Me extraña doña Mina, ya sabe usté qué lo quiero, con chile y toda la cosa porque me estoy muriendo… —muriéndose
de la goma anda usté, don Chepe, pero no quita maña, no quita maña.
Pero aquí viene su escudilla de atol blanco con suficiente chile para
que sude y salga la gomarabia y quede como nuevo.
Don Herculano se
acercó a su esposa y le dijo al oído que no se tomara esas confianzas
con el hombre porque se podía enojar y era buen cliente. Don Chepe se
tomó su escudilla y se apartó del grupo sentándose en una banca cercana
al pequeño negocio. Don Chepe no fallaba los lunes y era buen cliente; a
veces hasta tres o cuatro amigos llevaba.
— ¡Hay tiras y revolcado! ¡Patitas a la vinagreta para llevar o comer aquí! —Don
Herculano continuaba publicitando sus productos a voz en cuello. Las
viandas pasaban de un lado para otros abriendo el apetito a los
parroquianos que iban llegando por grupos. De un comal caliente iban
saliendo las tortillas humeantes que complementaban los pequeños platos.
Uno De los hombres allí reunidos temblaba al tomar el atol blanco, por
momentos se pensaba que botaría la escudilla con el hirviente alimento,
pero por supuesto que la tembladera no era precisamente por la emoción
de haber conseguido su escudilla con atol blanco.—Yo
no sé cómo aguanta don Chepe, pero en una de estas, Dios no lo quiera,
nos puede dar un susto, ya que le entra al guaro con fe y alegría.
—Callate hombre, por favor. Mirá que te puede oir.—Si solo es un comentario, no estoy hablando mal de él y, por el contrario, le deseyo todo el bien del mundo, mujer…
Doña Mina continuaba atendiendo a la clientela y hablando en voz baja con su marido.
—Ay,
pero no sé porqué los hombres no hacen caso. Ya ves las malmatadas que
le da la mujer y ni así hace caso el pobre de don Chepe.—Es muy su vida, mujer, es muy su vida. Y él sabe lo que hace porque ya está grandecito y comprende el bien y el mal.—Menos
mal que se fue a tomar su atol hasta allá, por un momento pensé que te
había oído. Pero cállate que allí viene a cancelar la cuenta.
El
hombre, ya con otra cara, llegaba hasta el punto donde doña mina
atendía a su clientela. La mujer, muy zalamera y con un cantadito muy
suyo, preguntó a don Chepe:— ¿Algo más don Chepe…?—Gracias, aquí le pago y nos vemos otro día.—Bueno, a portarse bien que nada le cuesta y a chambiar que es lo mejor.—Yo
me porto bien, doña Mina, la que arruina el asunto es la Julia, mi
mujer. Con ese carácter que tiene; ya no la aguanto, es más celosa que
los celos y me da muy mala vida. Pero tengo un plan que no me fallará y
de repente me voy a suicidar.
De los ojos de don Chepe salieron dos
lagrimones que secó de inmediato con su pañuelo. Don Chepe se quedó
platicando con doña Mina, en lo que don Herculano despachaba le contó su
vida que era un secreto a voces y sus proyectos un tanto fúnebres. Al
ver la atención que le ponía la mujer, don Chepe siguió lamentándose.
— ¡Ay, si viera cuando me pega parece hombre la condenada, da unas trompadas que como duelen!—Rialmente
con lo que me cuenta es usté un hombre sufrido don Chepe. Ya se parece
al Herculano que es a mí a la que me da si le ando con cuentos, pero
siga contando don Chepe, que su plática está muy emocionante…
—Pues
estoy a punto de matarme, doña Mina, creo que sólo así se termina todo,
porque la vez pasada me fui con una tía, ¿y qué cree?— ¿Qué pasó?—Pues que me fue a traer a puros cachimbazos y aquí me tiene de nuevo sufriendo a solas.—Pobrecito,
pero piense bien en lo que va a hacer, porque nadie tiene derecho a
quitarse la vida sólo porque la mujer lo trata mal… En fin, es lo que le puedo aconsejar y también piense en sus hijos porque ellos no tienen la culpa de lo que pasa.
Doña
Mina aconsejaba maternalmente al hombre, que gemía al narrar su vida
tormentosa. Pero cuando le mencionó el tema de los hijos, don Chepe
reaccionó rápidamente.—Pues
por los hijos no hay problema, doña Mina, yo no tengo hijos con ella y
los patojos son mis entenados. Bueno, me voy, no vaya a ser la mala
suerte que se asome por aquí y entonces si que se arma la de San
Quintin. Hay nos vemos, muchas gracias por todo.
Don
Chepe se perdió entre la gente que a esa hora abarrotaba el pequeño
mercado al aire libre. Ya cuando don Herculano calculó que iba lejos
preguntó:— ¿Qué tanto hablabas con don Chepe vos Mina?—Pues dice el hombre que se va a matar, ¿aguantás vos?—Es que la mujer es una tigra, quien ve al pedacito de gente, pero allí está la cáscara con que se cura el jiote.
Doña Mina, sin dejar de atender a la gente, respondía:—Pero así quieren los hombres, ya ves allí está contento don Chepe, llevando penca por desayuno, almuerzo y comida.
El
machismo de don Herculano le salió en ese momento al responderle a su
mujer que por lo menos él no soportaría a una mujer en esas condiciones.
La charla subió de tono cuando doña Mina indicó que en su caso la que
llevaba la peor parte era ella con don Herculano.—Hoy si me sacaste franco, vos Mina, quien te oye dirá que soy un ogro o un preipotente.— ¡Puchis vos, donde te aprendiste esa palabrita porque nunca te la había oído!
Don
Herculano, un tanto serio, manifestó que mejor cambiaran de plática y
que siguieran trabajando. Hubo un silencio prolongado que fue roto por
el saludo mañanero de Chano, el entenado de don Chepe. De inmediato le
sirvieron su vaso de arroz en leche y dos tortillas con tiras. Chano era
mero platicador y había tomado mucha confianza con don Herculano.—pues don Chepe nos tiene muy preocupados, porque ahora ha regado la bola que se quiere suicidar, hágame el favor.— ¿Y qué está pasando con don Chepe vos?—Pues dicen que entre hermanos y casados no hay que meter las manos, pero resulta y le repito que don Chepe se quiere matar.— ¿Y qué dice tu mamá?—Ella
no lo cree, desde la vez pasada que dizque se tiró bajo las ruedas de
un tranvía en el centro, solo que el tranvía estaba parado. Lo que pasa
don Herculano, es que don Chepe es mero mañoso y por eso le cae con mi
mamá.—Pero tengan cuidado, porque de repente comete alguna locura y entonces si que la amolaron.
Ahora fue doña Mina la que terció en la charla.
—Ay vos en lo que estás Herculano, don Chepe no cumple lo que dice, hombre.—Atenete al santo y no le recés, ya el pobre de con Chepe está mero desesperado y, como te repito, puede cometer una lucura.
Doña Mina ya un tanto enojada por la postura de su esposo ante el comentario dijo: —Esas son puras caulas, el que quiere matarse no lo anda contando.— La realidá mujer, es que el pobre don Chepe saber en qué penas anda el pobre hombre.—Pues
él la pena que tiene es la de andar chupando y por eso son los líos con
mi mamá, pero ella ya conocía que le gustaba el guaro y ahora tiene que
aguantarse, es lo que le decimos nosotros.
Chano había hablado, defendiendo a su madre en el comentario del trío que continuaba conversando.
Mientras,
Chano pedía otro vaso de arroz en leche, indicando que ahora había
salido de primera, la mujer sacó un vaso limpio y agregó:—Bueno,
aquí todo es de primera, por eso es que tenemos bonita clientela y la
atención y el aseyo es superior. A ver que pasa vos Chano, porque es
mejor que todo se arregle por las buenas y sin clavos...
Pero
Chano aún incrédulo, comentó que en una ocasión, hacia apenas unas
noches, le vio sacando su ropa a don Chepe, indicando que eso no lo
había comentado con su mamá, pero cuando le preguntó a don Chepe el
motivo de sacar su ropa de noche, éste le dijo que era porque su hermana
la iba a remendar. Finalmente el muchacho se despidió de don Herculano y
su esposa, pagando la pequeña cuenta de lo consumido. Los días pasaron,
una mañana en todo el vecindario de lo que fue antiguamente el Guarda
del Golfo, hoy barrio de la zona 6, se regó el rumor de que don Chepe se
había lanzado desde lo alto del puente de “Las Vacas” y algunas
personas habían escuchado aquel grito aterrador cuando el hombre caía al
vació. Fue tal el impacto de la noticia que la policía y los ronderos
de la época iniciaron la búsqueda en el barranco para dar con los restos
del supuesto suicida.
Ya cuando llevaban tres días de agotadora
faena, estaban a punto de abandonar la búsqueda, pero algunos vecinos
insistían en que había que continuarla.
A
la mañana siguiente que la policía continuaba con los trabajos de la
localización del cadáver, alguien gritó desde lo alto del puente:— ¡Miren, allá abajo hay un hombre trabado entre la maleza!
De
inmediato todos bajaron, curiosos, vecinos, policía y hasta los
entenados de don Chepe en aquel terreno accidentado y peligroso. La
única que no se atrevió a bajar fue la esposa de don Chepe, que lloraba a
moco tendido, asistida por unas vecinas que la levantaban a cada
momento que gritaba y se desmayaba. Todos bajaban sudorosos y jadeantes
por el esfuerzo realizado. Efectivamente allí entre los arbustos, boca
abajo, estaba el cuerpo de un hombre con sus saco gris, pantalón negro y
los zapatos del mismo color; la cabeza estaba metida entre la maleza.
— ¡Es don Chepe! —gritó
Chano, al momento que le identificaba por las ropas que llevaba. Ya
estaban muy cerca del cuerpo, pero aún así los policías hacían esfuerzos
sobrehumanos por llegar al punto donde había caído don Chepe. Jadeantes
y frente al supuesto cadáver, fue el jefe de la policía el que ordenó
no tocar el cuerpo hasta que no llegara el juez de turno. Pero el
policía, como buen sabueso, de un tirón sacó el monigote de la maleza.— ¿Pero qué es esto? —gritó el policía un tanto enojado.—Esto es una burla a la autoridad —asentó el otro policía, mientras quitaba el muñeco vestido con las ropas de don Chepe.
El muñeco tenía cosida una carta burdamente en la espalda, la que fue leída de inmediato por el jefe policíaco. —Vamos a ver que dice ésta carta, porque aquí hay gato encerrado. —la tomó en sus manos y principió a leer en voz alta:
“Disculpen,
señores, que haya hecho esto. Todo es un juego y el poder ganar tiempo
para huir de las garras de mi mujer. El grito que escucharon fue hecho
por mí pero desde el fondo del barranco para que todo fuera más real. La
verdad es que me escapé con la Raquel, la patoja de la refresquería.
Perdonen pero cuando lean estas líneas ya estaré muy lejos disfrutando
de una nueva vida”.
“Atentamente, Chepe”.